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Anchorena, estancia presidencial

Tierra marcada por la historia. Unión de dos ríos que acunan leyendas centenarias y guardan atesorados recuerdos en cada ir y venir de sus aguas. Cada atardecer el sol ilumina con coloridos trazos una historia sin igual.

La Estancia Anchorena

Reseña histórica - El Parque

Por este paraje, situado en las confluencias del Río de la Plata y el río San Juan, pasó en 1516 Juan Díaz de Solís y en 1520 Fernando de Magallanes que en su viaje hacia el sur descubriría el estrecho que lleva su nombre, ansiado camino hacia el oriente. En 1527 llega Sebastián Gaboto en busca de la legendaria Sierra de Plata que dará nombre al río. Recién será en 1542 que los españoles se afincarán en la zona, cuando el capitán Juan de Romero, enviado desde Asunción por el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, instale una población: San Juan Bautista que sólo duró seis meses. Los españoles, recién retornarán en 1681 a fundar allí la Guardia del San Juan, motivados por la fundación de la Colonia del Sacramento por los portugueses.

 La desembocadura del río San Juan, forma una Barra de tenue silueta y blancas arenas y su curso sinuoso y a veces profundo, es lugar ideal de navegación. A principios del siglo veinte, estas tierras protagonizan un cambio radical en la vida de uno de los personajes argentinos de la época. Aarón de Anchorena era hijo de una acaudalada familia porteña. Con un gran espíritu aventurero y junto a Jorge Newbery parten una nublada mañana de 1907 a bordo del globo "El Pampero". Su meta el cruce del Río de la Plata. Una hazaña que logran a pesar del mal tiempo y que los hace descubrir estos parajes de los que Anchorena no se separará jamás. El joven y emprendedor Aarón adquiere allí tierras y se dedica a modelar una obra arquitectónica y paisajística en la que ocupó el resto de su vida. En un enclave custodiado por las islas de Martín García y San Gabriel, la silueta de los edificios de Buenos Aires a 55 kilómetros y del otro lado del río, hace meditar hoy, sobre la osadía de aquel vuelo aerostático de principios de siglo. Esa hazaña sólo es superada por las obras que Anchorena realizó en sus tierras.

 Su casa, que recuerda la campiña inglesa, la capilla sobre el barranco, el establecimiento rural pionero de la época, la torre de Gaboto y un bosque de 686 hectáreas, son sólo algunas de sus más importantes realizaciones personales. A los 87 años de edad, en 1965, Anchorena fallece y lega al estado uruguayo, un predio de 1370 hectáreas como testimonio de amor al lugar que fue testigo y cómplice de todos sus sueños. En el testamento, se dispone que el parque sea destinado con fines educativos para la población, y que la residencia pase a ser lugar de descanso de los jefes de estado uruguayos. Con una fachada de estilo normando, la entrada de la casa principal mira hacia un gran parque en el que se encuentra un lago artificial. El lado oeste de la residencia, de estilo Tudor, se orienta desafiante hacia el Río de la Plata. El interior, sobrio y confortable, recrea el clima de las fincas rurales inglesas. La sala, presidida por una gran chimenea, se reviste de lambriz y decora su techumbre con vigas de madera. Allí, se conserva una colección de pájaros embalsamados formada por especies provenientes de la zona. El escudo de los Anchorena simboliza la tradición de la vieja familia. Desde el salón se pasa a la biblioteca, toda de madera, donde luce el magnífico apero de oro y plata del antiguo dueño de casa. El escritorio es una sobria habitación. Sirve como lugar de trabajo y conserva recuerdos como fotos del Pampa, nombre de los veleros con los que Anchorena llegara incluso a Europa. El señorial comedor con piso de mármol blanco y verde oscuro, abre sus ventanales hacia el Río de la Plata. Cada detalle de la decoración recuerda las grandes pasiones de Anchorena: Los viajes y la caza.

 En 1927, como homenaje a los descubridores españoles al cumplirse 400 años de su llegada a estas tierras, Anchorena erige una monumental torre de piedra de 75 metros de altura. La efigie de Gaboto recuerda el propósito de la construcción, al pie de la cual se ubica la tumba que guarda sus restos desde 1965. Desde sus alturas se domina una vasta extensión de ambos ríos y del parque. Un pequeño museo, emplazado en su interior, conserva numerosas piezas paleontológicas halladas en la zona, rica en restos de animales prehistóricos. También atesora objetos de valor arqueológico, correspondientes a los asentamientos españoles encontrados en las excavaciones que se practicaron para construir los cimientos de este extraordinario edificio. Estas investigaciones se han reanudado para seguir esclareciendo el pasado. Desde Buenos Aires, en los días claros, se divisa la torre que aporta al paisaje sus bellezas de líneas y que es una muestra del espíritu decidido de quien la erigiera en aquellos años con escasos medios técnicos.

 La costa del río San Juan, refugio de naturaleza y de tranquilidad, alberga en primavera y verano cientos de embarcaciones que se internan siguiendo su sinuoso curso. En sus márgenes crecen especies características de nuestro monte ribereño, como el Ceibo, el Canelón o el Sauce Criollo, asociadas a especies exóticas y de atractivos cambios estacionales. Al otro lado del río San Juan, la vegetación nativa dibuja el paisaje tradicional. Allí se encuentra el histórico establecimiento "Los Cerros de San Juan", vieja bodega y cabaña. Mientras tanto, la rivera sobre el Río de la Plata cae a pico en pintorescas barrancas de 8 a 10 metros de altura donde es posible ver el proceso erosivo provocado por el embate de las olas, el viento y la lluvia. El parque forestal se extiende a través de 686 hectáreas, diseñado por paisajistas europeos, alberga más de 140 especies arbóreas y arbustivas provenientes de todas partes del mundo, lo que le confiere el valor de arboreto.

Las más de 40 especies de Eucaliptos traídas por Anchorena desde Australia junto con otras especies nativas y exóticas conforman un mágico y calmo ecosistema sólo perturbado por el canto de los pájaros. El parque posee también una abundante fauna, más de 75 especies de aves, especialmente acuáticas, imponen su presencia en el lugar. Pero sin embargo, el ciervo Axis, originario de la India y que Anchorena introdujera al país en la década del veinte, se constituye en el mayor atractivo. Durante el día es posible ver numerosas manadas que recorren el parque provocando una mezcla de sorpresa y regocijo. Bajo la luz de la luna, su presencia se intuye por sus gritos que rompen la noche en majestuosas cadencias. Una noche que alberga un clima natural, tranquilo y sorprendente Una urdimbre silenciosa de vida nativa que solo se callará por un instante cuando nuevamente el sol ilumine la obra de un visionario: Aarón de Anchorena.

Fuente: presidencia.gub.uy

 
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